¿Qué significa ser uribista?
Por: Alexandra Cepeda
25 de noviembre de 2016
Primero, es ser fascista y oligarca. Si usted es o conoce a un uribista que no sea oligarca, es decir, que trabaje por su comida (el fascismo es contagioso gracias a la muy fértil existencia de la ignorancia, abonada por los medios masivos de comunicación), hágale saber que está meando fuera del tarro... y a sí mismo.
Uribe y sus secuaces no saben de democracias, leyes, derechos, clamores populares, progreso, desarrollo, igualdad, nada, nada. Solo saben lo que tienen en sus cuentas bancarias, sus títulos de propiedad y hacer política a partir de la violencia y la demagogia. Siempre que no se les toque eso, se llenarán la boca hablando de democracia, la constitución, el orden, las leyes, los derechos para todos, la igualdad, etc, etc. Pero cuando el pueblo y la historia levantan cabeza y comienzan a construir justicia, es decir, comienzan a sacudirle el piso a estos señores, paladines de la injusticia y la opresión, ahí trinan... que el comunismo, la homosexualidad, y quién protege a la familia y los valores (que nos tienen jodidos desde que nos los impusieron a sangre y fuego), que la democracia está en peligro, y la honra de las instituciones, de los representantes...
Por si no fui claro... el verdadero uribista es hipócrita, mezquino, egoísta, lleno de odio hacia el ser humano, hacia la dignidad, las libertades, rencoroso, peligroso. Todas estas características y actitudes, en la práctica, muestran una persona que se voltea como una arepa según el día y qué parte de su parcela de poder esté en riesgo de ser restituida a quien se la robó. Y nunca escucha al que opina diferente, lo acusa de algo y sigue en la suya.
Muy lamentablemente, este tipo de personas, que en cantidad respecto a sus votantes y seguidores es mínimo, insignificante, tiene muchísima influencia en nuestra sociedad. Es que es mínimo pero está conformado por jerarcas de la iglesia católica, dueños de los medios de comunicación más consumidos, militares de alto rango con el poder e impunidad de tomar decisiones sin consultar al comandante en jefe (como es ponerle capuchas a sus soldados y asesinar civiles), senadores y gobernadores con el dinero suficiente (proveniente del despojo) para perpetuarse en sus cargos.
La gran pregunta es, ¿cómo erradicamos forzadamente a este cultivo de uso ilícito que tenemos los colombianos? Nada de sustitución gradual y voluntaria; si no nos quitamos de encima a esta gente, vamos a seguir sumergidos en el mismo lodo (para no decir otra cosa más grosera pero mucho más precisa y popular) en el que nos metieron los dueños del país desde la muerte del Libertador. Debemos neutralizarlos políticamente; y esto es, identificar la falsedad de cada uno de sus argumentos al momento que los dicen y ponerlo en la palestra pública. Que los sigan millones de personas a partir de la manipulación, las mentiras, no hace a sus argumentos legítimos ni ciertos; pone a ellos en una posición de poder, que no es lo mismo. Entonces, a ejercitar la paciencia: toca sentarse a hablarle al vecino o vecina uribista, saber escucharlo, rebatirle cada no-idea con pedagogía, palabras claras y hechos concretos que la tumben, ¡si al final nos sobran! ¡La historia colombiana está llena de injusticias, hipocresías, mentiras, manipulaciones, traiciones al pueblo, realizadas por estos nefastos!
Debemos darnos a esta tarea. Neutralicemos al principal enemigo político, económico y cultural del pueblo y la causa de la justicia social tendrá la victoria asegurada. Nuestra historia y nuestra dignidad nos llaman a hacerlo.